jueves, 19 de junio de 2008

La Torre Oscura I (fragmento)


Jake Chambers baja las escaleras con una cartera. Hay un libro de Ciencias Naturales, hay una Geografía Económica, hay una libreta, un lápiz, un almuerzo que la cocinera de su madre, la señora Greta Shaw, le ha preparado en la cocina de cromados y fórmica donde un extractor murmura eternamente y absorbe olores extraños.
En la bolsa del almuerzo lleva un bocadillo de jalea con manteca de maní, un bocadillo de salchicha con cebolla y lechuga, y cuatro galletitas Oreo. Sus padres no lo detestan, pero parece que lo tienen bastante olvidado. Han abdicado y lo han puesto al cuidado de la señora Greta Shaw, de institutrices, de un tutor durante el verano y de la Escuela (que es Privada y Buena, y, sobre todo, Blanca) durante el resto del año.
Ninguna de estas personas ha pretendido ser jamás nada que no sean: profesionales, los mejores en sus respectivos campos. Ninguna lo ha acogido en su cálido seno, como suele ocurrir en las novelas históricas que lee la madre, y que Jake a veces hojea, buscando los trozos "verdes". Novelas histéricas, las llama su padre a veces. Mira quién habla, dice su madre con infinito desdén tras una puerta cerrada ante la que Jake está escuchando. Su padre trabaja para la Red, y... probablemente... Jake podría reconocerlo en una rueda de identificación.
(...)Llega a la esquina y se detiene con la cartera a su lado. La corriente del tráfico ruge ante él: chirriantes autobuses, taxis, Volkswagens, un camión grande. No es más que un niño, pero nada corriente, y por el rabillo del ojo alcanza a ver al hombre que lo mata. Es el hombre de negro, y no distingue la cara, sino solamente la ondulante túnica, las manos extendidas. Cae a la calzada con los brazos abiertos, sin soltar la
cartera que contiene el almuerzo sumamente profesional de la señora Greta Shaw.
Una fugaz mirada a través del parabrisas polarizado le muestra el rostro horrorizado de un hombre de negocios con sombrero azul oscuro en cuya cinta destaca una pequeña y vistosa pluma. Una anciana chilla en la acera de enfrente; va tocada con un sombrero negro con redecilla. No hay nada de vistoso en esa redecilla negra, es como un velo de luto.
Lo único que hace Jake es sorprenderse, aparte de seguir teniendo la misma sensación de desconcierto precipitado de siempre. ¿Así es como acaba todo? Va a caer en mitad de la calle y contempla una grieta tapada con asfalto, a unos cinco centímetros de sus ojos. Su mano ha soltado la cartera. Está preguntándose si se habrá despellejado las rodillas cuando el automóvil del hombre de negocios con el sombrero azul y la pluma vistosa le pasa por encima. Es un gran Cadillac azul de 1976, con neumáticos de dieciséis pulgadas. Es casi exactamente del mismo color que el sombrero del conductor.
El coche le quiebra la espalda a Jake, le aplasta el estómago y le hace brotar por la boca un chorro de sangre a presión. El chico vuelve la cabeza y ve las luces de freno del Cadillac y el humo que despiden las ruedas traseras, ahora bloqueadas. El automóvil ha pasado también sobre la cartera y ha dejado sobre ella una extensa huella negra. Vuelve la cabeza hacia el otro lado y ve un Ford grande de color amarillo que se detiene a escasos centímetros de su cuerpo con un chirrido de frenos. Un tipo negro que empujaba un carrito para la venta ambulante de dulces y
refrescos corre hacia él. Por la nariz, los oídos, los ojos y el recto de Jake fluye sangre.
Tiene los genitales destrozados. Con cierta irritación, se pregunta si se habrá despellejado mucho las rodillas. El hombre del Cadillac corre hacia él, balbuceando. En algún lugar, una voz terrible y serena, la voz de la fatalidad, dice: "Soy un sacerdote. Déjenme pasar. El acto de contrición..." Ve la túnica negra y experimenta un súbito horror. Es él, el hombre de negro. Con sus últimas fuerzas consigue apartar la cara En
algún lugar, se oye por la radio una canción del grupo de rock Kiss. Ve su propia mano que se arrastra sobre el asfalto, pequeña, blanca, bien formada. Nunca se ha mordido las uñas.
Jake muere mirándose la mano (...)

Stephen King

miércoles, 18 de junio de 2008

Día especial


Yo no sé si es muy tarde para ti

Quiero desafiar la comodidad

No nos sirve más fingir

Yo no sé cuan efímero es tu error

Ya te perdoné

Adelante las agujas del reloj

Mi lágrima secó

Se aleja el temporal

Latiendo como el sol

Mi corazón no tiene edad

Para esperarte.

Este es un día especial

Quiero creer en otra oportunidad

Dimos un salto mortal

Y hoy vuelvo a ver

Un faro en la oscuridad.

Ya no estoy tan confusa como ayer

Solo la ilusión trae desilusión

Y es tan fácil de caer

El mundo en que creí

Lo eterno y lo fugaz

Prefiero darle fin

Aunque me ocultes la verdad más vulnerable

Este es un día especial

Quiero creer en otra oportunidad

Dimos un salto mortal

Y hoy vuelvo a ver

Un faro en la oscuridad.

Latiendo como el sol

Mi corazón no tiene edad...

Este es un día especial

Quiero creer en otra oportunidad

Dimos un salto mortal

Y hoy vuelvo a ver

Un faro en la oscuridad.
(SHAKIRA)
Dedicado para Nuish y Tom. Los amo con todo mi corazón y mi alma.