sábado, 29 de marzo de 2008

Espera que el viento cambie...


-:Hola, Lisey...

Habla en un susurro casi inaudible... pero Lisey lo oye con claridad y se acerca a él...

-:Scott -dice al tiempo que se arrodilla junto a la cama y le toma la mano ardiente- ¿Se puede saber qué puñetas hiciste esta vez?...

-:Tengo tanto calor, Lisey. ¿Hielo? ¿Por favor?

Scott vuelve a oprimirle la mano.

-:Me voy -anuncia con la misma voz apenas audible- Lo siento. Te quiero.

-¡No, Scott! -Y añade, aunque sea absurdo- ¡El hielo! ¡Ahora te traen el hielo!

Con lo que sin duda es un esfuerzo ímprobo, porque su respiración se torna más estridente aún, Scott levanta la mano y le acaricia la mejilla con un dedo abrasador...

Se acerca a él. a su calor agonizante. Percibe los últimos vestigios de la espuma con que se afeitó ayer por la mañana y la del champú de árbol de té con que se lavó el pelo...

-:Ve, Scott. Arrástrate hasta el puñetero lago...

-:No puedo -Susurra Scott-... Está en el camino... del lago. La cosa.

Lisey sabe de inmediato a qué se refiere. Impotente, mira hacia uno de los vasos de agua, donde a veces se vislumbra la cosa del costado moteado. Allí o en un espejo, o por el rabillo del ojo. Siempre en plena noche. Siempre cuando estás perdido, o atenazado por el dolor, o ambas cosas. El Chaval de Scott. El Chaval Larguirucho...

-:Dur... miendo.

Se encoje de hombros en señal de que lo siente y vuelve la cabeza a un lado...

-:Estaba perdido en la oscuridad -Susurra- Tú, me encontraste.

-:Scott, no...

Scott asiente. Sí.

-:Me viste entero. Todo...

Emplea la mano libre para describir un débil círculo. Todo sigue igual. Sonríe una vez más, sin dejar de mirarla.

-:Aguanta, Scott. ¡Aguanta!

Él asiente como si Lisey lo hubiera comprendido por fin.

-:Aguanta. Espera que cambie el viento.

-:¡No, Scott, el hielo! -Grita, porque no se le ocurre otra cosa- ¡Espera el hielo!

"Baby", dice Scott. "Babyluv", la llama. Y a partir de entonces el único sonido es el siseo constante de la mascarilla de oxígeno que lleva colgada alrededor del cuello. Lisey, se lleva las manos al rostro...


(Stephen King. La historia de Lisey. Fragmento)


martes, 18 de marzo de 2008

Porque nos lo debemos

Sobre todos los cadáveres que hemos
sepultado,
sobre todas las injurias
que día a día
hemos soportado respirando dolor,
argumentando razones
(para no volvernos locos)
sobre todo cuanto nos
han lacerado el alma
y
el cuerpo
levantemos
nuestro propio monte interior
y habitemos en él
con la sabirduría de quien ha perdonado todo
(sin olvidar)
y empecemos a inaugurar otros ritos.
Los sonidos de mi/tu MAR
me habitan.


Ana María Donato.

domingo, 9 de marzo de 2008

La tumba viva


Su hijo había dejado de existir... Con ese modo de moverse, un poco de fantoche, de los que en el caos de su vida deshecha se van desatando de la cordura, niña Fedina alzó el cadaver que pesaba como una cáscara seca hasta juntárselo a la cara fiebrosa. Lo besaba. Se lo untaba (...)
(...) Quejábase de Dios en un lenguaje inarticulado de palabras amasadas con llanto; por ratitos se le paraba el corazón y, como un hipo agónico, lamento tras lamento, balbucía: ¡hij!... ¡hij!... ¡hij!...
Las lágrimas le rodaban por la cara inmóvil. Lloró hasta desfallecer, olvidándose de su marido, a quien amenazaban con matar de hambre en la Penitenciaría, si ella no confesaba (...) Y cuando el llanto le faltó que ya no pudo llorar, se fue sintiendo la tumba de su hijo, que de nuevo lo encerraba en su vientre, que era suyo su último interminable sueño (...) La idea de ser la tumba de su hijo acariciaba el corazón como un bálsamo (...) Sin enjugarse el llanto, se arregló los cabellos como la que se prepara para una fiesta y apretó el cadáver contra sus senos, entre sus brazos y sus piernas, acurrucada en un rincón del calabozo.
Las tumbas no besan a los muertos, ella no lo debía besar; en cambio, los oprimen mucho, mucho, como ella lo estaba haciendo (...) Niña Fedina cerró los ojos -las tumbas son oscuras por dentro- y no dijo palabra ni quiso quejido -las tumbas son calladas por fuera- (...)

(Miguel A. Asturias. El Señor Presidente)

martes, 4 de marzo de 2008

Para mi amigo, Jorge.


"... -Buenos días - dijeron las rosas.

El principito las miró. Todas se parecían a su flor.

-¿Quiénes sois? -les preguntó, estupefacto.

-Somos rosas -dijeron las rosas.

-¡Ah! -suspiró el principito.

Y se sintió muy desdichado. Su flor le había contado que era la única de su especie en el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín.

"Se sentiría muy vejada si viera esto -se dijo-; tosería enormemente y aparentaría morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que aparentar cuidarla pues, si no, para humillarme también, se dejaría morir de verdad..."

Luego se dijo aún: "Me creía con una flor única y no poseo más que una rosa común y corriente. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá esté apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe..." Y, tendido en la hierba, lloró.

Entonces, apareció un zorro (...) el principito domesticó al zorro (éste le dijo)

-Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto... "

(Quien haya leído la obra sabe cuál es el secreto, quien no, deberá leerla, JEJE)