lunes, 19 de octubre de 2009

¿La conoces?


Una luz me encegueció sorpresivamente,
era ella
¿no la has visto tú?
La de la sonrisa cálida,
la de la mirada triste.
No es difícil reconocerla
pues es única.
En su rostro y en sus manos
se observan las marcas que ha dejado
el tiempo.
¿no te la has cruzado en el camino?
Si te fijas
tal vez la veas en los innumerables senderos
de esta inmensa jungla.
Sus cabellos llevan señales de muchas vidas
y en su caminar apacible
se esconde una pesada carga,
que guarda en secreto el cansancio.
¿Sabes acaso quién es?
Está aquí, allá,
en todas partes.
Ayer, ahora, mañana... siempre.
Es una sola
y a la vez muchas otras.
Su rostro y sus manos
llevan las marcas
que ha dejado el tiempo,
pero la luz que rebosa de su alma
resplandece eternamente.

A MIS MADRES... GUSTAVO.-

jueves, 1 de octubre de 2009

La saga de Los Confines - Los días del Venado

La noche del guerrero (fragmento)

Dulakancellin no podía dormir, pese a que la noche era una gran quietud y unas cuantas estrellas persistían en las últimas grietas del cielo (...)
El guerrero cerró los ojos esperando el sueño (...) para que el sueño sintiera el desaire se ocupó en distinguir y separar la respiración de cada uno de los seis que dormían en la casa (...) oyó unos ruidos que parecían venir del lado del nogal. Se puso en pie con sólo un movimiento silencioso y enseguida estuvo afuera de la casa con el hacha de piedra en una mano y el escudo en la otra. Allí permaneció, inmóvil junto a la puerta (...)
Entre la casa y el bosque, decenas de lulus giraban sin sentido aparente haciendo viborear sus colas luminosas. Las bocas de todos ellos tenían la forma del soplido. Sin embargo, los soplidos no se oían. Dulkancellin avanzó hasta hacerse ver. Apenas los lulus notaron su presencia, corrieron al pié de los primeros árboles y se transformaron en una multitud de ojos amarillo que lo miraban sin parpadear. Un lulu muy viejo de adelantó unos pasos. El guerrero lo veía con demasiada nitidez, teniendo en cuenta la distancia y la oscuridad que habían de por medio. La criatura de la isla señaló hacia el Oeste con su brazo raquítico y Dulkancellin siguió el movimiento (...) el mar estaba allí tapándole el cielo, derrumbádose sobre su casa, su bosque y su vida. Dulkancellin prolongó un grito salvaje y, por instinto, levantó el escudo. Pero el mar detuvo su caída y se abrió como un surco de la huerta de Kush. Por el surco, pisoteando hortalizas, avanzaban hombres descoloridos a lomo de grandes animales con cabellera. Estaban lejos y cerca, y sus ropas no ondeaban con el viento de la carrera. Por primera y última vez en su vida, el guerrero retrocedió. Para entonces el soplido de los lulus se había transformado en una estridencia insoportable. A través de los hombres descoloridos, Dulkancellin vio una tierra de muerte: algunos venados con la piel arrancada, se arrastraban sobre cenizas. Los naranjos dejaban caer sus frutos emponzoñados. Kupuka caminaba hacia atrás y tenía las manos cortadas. En algún lugar Wilkilén lloraba con el llanto de los pájaros. Y Kuy-Kuyén, picada de manchas rojas, miraba detrás de un viento de polvo (...)

Liliana Bodoc.-